LA BALADA DE TOVE
por
Byrd Tetzlaff

Traducida por Michael Hofius Castañeda

Me placería hoy compartir con vosotros una historia verdadera que trata de acontecimientos que experimentamos mi esposo Michael y yo mientras vivíamos en un apartamento en la ciudad de Chicago.

Michael puso un bolígrafo en el bolsillo de su camisa. La camisa era blanca y por tanto, sangró la pluma.

Michael decidió salvar la camisa tiñéndola toda de negro, y compró un paquete de tinte negro en polvo. Muy cuidadosamente, colocó el sobre de tinte en un lugar elevado donde los animales no podrían alcanzarlo.

Tamarak tomaría tal desafío de manera personal y así, la gatica halló el paquete de tinte y empezó a batirlo con las pezuñas. Empujó y jaló el sobre hasta que logró bajarlo del estante, a un lugar donde podía libremente jugar con él. Luego pudo batirlo por toda la superficie del escritorio hasta que vino a dar en el piso.

En este momento, Tove (Pron: Tov) decidió entrar al juego. Veráis, el desgraciado de Tov era un perro que parecía haber sido ensamblado por un comité. Y no se le había bendecido con mucho ceso.

El perro pensaba que si la gatica gozaba jugando con esta nueva y extraña cosa, pues ésta debía de ser un juguete a todo dar, y tomó el sobre en su hocico y lo masticó hasta que el sobre se abrió. Luego corrió por toda la casa, derramando granos de tinte elegantemente por toda la casa.

Dos de las otras gatas investigaron los apilamientos de cristales de tinte. Pronto, perdieron interés y se sentaron a lamerse las patas. Después se fueron troteando, con las patas húmedas, por entre los cristales, dejando dos pares perfectos de huellas de gatica de color azul oscuro en las ropas de cama blancas.

Entré al cuarto, vi lo que había sucedido y calmadamente grité. Tove se figuró que algo malo sucedía y empezó a retrocederse dando a chocar con el gabetero, botando así el florero al piso. Desafortunadamente eran flores recien cortadas y me había recordado de aguarlas esa misma mañana.

El agua de florero sirve tan bien como cualquier cosa para mezclarse con los cristales y crear un maravilloso tinte que tiñe bien los pisos de madera o de linóleo.

Tove, que anteriormente había sido de color café mieloso, ahora tenía cuatro patas negras, el frente y la cola negros, la cara negra y una lengua muy negra.

Llevé a Tove afuera y lo encadené al riel de la varanda. Entonces, volví adentro y empecé a limpiar el tinte. Primero, barrí la peor parte, pero las cerdas acogían el tinte en sí, lo que resultó en que esparciera más el color. Luego entonces, intenté aspirar lo que se pudiera. La aspiradora también absorbió bastante bien el tinte. El cabezal y el interior de la manguera se tiñeron de negro. También, probablemente, el motor y las tripas, pero decidí no investigar esto.

El piso estaba cubierto con huellas de patas, tanto caninas como felinas. Y empecé, pues, a trapear. Mientras más trapeaba, más tinte creaba. Pronto, el piso completo estaba varios matices más oscuro. El cabezal del trapeador ya estaba permanentemente negro, el interior del cubo rosado se ponía más oscuro y la tina de baño donde desechaba el agua sucia se ponía a cada momento más gris.

Mis zapatos estaban cubiertos de granos de tinte y cuando ponía pie en piso mojado, empezaba a agregar mis huellas a las decoraciones. Me descalcé y les lavé las plantas pero, entonces, se me ensuciaban los pies.

Me lavé los pies y me los sequé pero cada paso que daba dejaba nuevas impresiones; puesto que el polvo del tinte era tan fino que no podía evitar el pisotearlo; y luego, me sudaban los pies un poco, dejando aun más huellas y a la vez, tiñéndome los pies un azul oscuro muy bonito.

Por una buena hora y media, ensuciaba yo más de lo que limpiaba. Pero luego, empezaba a notarse un poco de progreso. Pero el desventurado de Tove se hallaba aún en el porche, aullendo su destino al mundo entero.

Le pasé a él la aspiradora (por lo cual tomó gran excepción) y luego lo conduje al patio para regarlo con la manguera; pero el grifo exterior no servía por ser temporada de invierno y tuve que llevarlo a la lavandería en el sótano. Cubetadas y cubetadas y cubetadas de agua se le echaron. Ya pensaba yo que su peluza estaría teñida hasta que se le creciera pero quería quitarle cuánto era posible del color ese.

Después de unos treinta minutos, el agua parecía aclararse un poco. Veinte minutos más tarde, le hundí las patas, una a la vez, a la cubeta y no resultaba cambio de color en el resfriegue.

Su hocico era más difícil de lavar. La lengua era causa perdida pero, el resto de su cara y de su trompa quedaban aún muy oscuras. Estaba yo en menos de buen humor y no me sentía muy caritativa hacia él a estas alturas, por tanto, le hundí la trompa entera en el cubo de agua. Aunque solamente estaba bajo agua por menos de un segundo, admito que se me ocurrió detenerlo allí más tiempo. Mujerilmente, resistí la tentación. Pensé brevemente en la posibilidad de si él sería envenenado por el tinte pero, desventuradamente, era únicamente un tinte vegetal.

Exhausta por la batalla, subí las gradas de vuelta a nuestro apartamento para tomar inventario de los daños: la varanda donde había encadenado a Tove no tenía ni una huella visible... estaba totalmente negra.

Tove y yo entramos a la cocina cuyo piso azulizo había sido blanco. El piso de madera quedó decorado con huellas de pezuña de todas clases. Ahora teníamos sábanas «diseñador» y un piso de azulejos, gris y blanco, en el baño. La tina jamás volvió a verse igual y necesitábamos un trapeador nuevo.

La moraleja de este cuento es:

Los mejores planes de Mikes y Byrds a veces se extravían...

o es:

Un gato puede que tenga nueve vidas pero un perro se enluta una sola vez.